El autor de la entrada de hoy es Jean Valjean, un periodista que ha salido de su celda ( http://www.javierortiz.net/voz/celda/ ) para adentrarse en esta sala de reanimación y regalarnos estas letras:
BELLEZA DEL OPTIMISMO
Hemos perdido la capacidad para encontrar la belleza. Es uno de los mayores dramas del ser humano. Hemos claudicado ante oscuros y estúpidos intereses. Sencillamente, hemos dejado que decidan por nosotros qué es bello. Compramos belleza enlatada, adquirimos belleza que no entendemos. Perseguimos belleza adulterada e incomprensible. Nuestras aspiraciones acuden ciegas a la llamada de una belleza que no es tal. Las imitaciones de la belleza se subastan ante postores cegados por el deslumbrante reclamo de un consumo compulsivo y efímero. La falsa belleza se factura en catálogos orquestados, manipulados, pervertidos. Los sentidos, nuestros sentidos, pierden valor, sucumben al hechizo de un prólogo, el anestesiante umbral en la trama de un embuste. La belleza ya no es, en la mayoría de los casos, más que una apariencia prostituida, un degradante espejismo marcado con un código de barras. Pero aún perviven los exploradores, los rastreadores de huellas capaces de hallar los livianos pasos de la belleza auténtica. Todavía ellos saben, desde la libertad de sus espíritus, desenmascarar a los farsantes. Su hogar es la segunda mirada; su pensamiento transcurre por el ángulo muerto. La antesala de las dudas está repleta. Las asperezas de las ideas transitan por ella, cuestionándolo todo, levantando las alfombras de los dogmas, derribando los muros etéreos de lo establecido, agujereando los cánones. Las miradas se vuelven escudriñadoras, otean los sentimientos, escarban entre los sueños derribados, radiografían los mandamientos, las leyes y los convencionalismos. Ése es su peligro, eso es lo que convierte a los pensadores críticos en díscolos capaces de rechazar un cheque en blanco. Su resistencia palpita entre la senda del optimismo y la orilla de la insobornabilidad, manteniéndose imperturbable y moviendo montañas más grandes de lo que la fe jamás pudo imaginar. Es la resistencia a la asimilación de la simetría ideológica. Es el antídoto del pensamiento único flotando en aguas revueltas. Esas voces disonantes, esos ecos discordantes e inarmónicos devuelven al ser humano a su origen y a la grandeza del progreso verdadero. Ésa es la belleza que escapa a la perversidad del lenguaje traicionado. Ésa es la belleza de la ética, el lugar de donde emana el único y verdadero conocimiento, unido aún por la placenta a la sabiduría. El optimismo de los exploradores es la belleza salvaje, sin sombras artificiales, sin normas escritas ni modas adornadas de engaños. El optimismo no envejece jamás. El optimismo es esa sombra inalcanzable que se ve perseguida por la estúpida y dócil envidia, musa del poder que no pude comprar a su rival. El optimismo es la belleza inabarcable, inmortal y embriagadora. Es un aroma al que quieren encadenar. El optimismo reina en la tierra de los sueños, arrastrándolos a la realidad, un inhóspito lugar herido de trincheras. Los ojos del optimista divisan el temor que produce su mirada, y sus ensoñaciones son las únicas verdaderas, desmarcándose de las ilusiones ópticas, de las religiones de la rendición, y de otras falsas profecías, huyendo de proyectos a corto plazo bajo la lluvia de himnos y redobles de tambores. El optimismo es un arma afilada, erguida de osadía. El optimismo es contestatario, rebelde, revolucionario, encorajinado. El optimismo es la revolución. Es el rojo de la sangre que va a abrirse paso entre los adoquines del suelo. Es la resistencia al espejismo de la libertad, herida en un costado. El optimista es alguien que trata de sanar su alma agrietada. Y los pesimistas solo somos quienes no nos atrevemos a ser optimistas por temor a abandonar nuestro conservadurismo, por miedo a enfrentarnos a la realidad con las manos desnudas, por el pánico a una derrota que nos aguarda impávida y altanera, tal y como la habíamos imaginado desde nuestro pesimismo. El mundo es de los optimistas. Porque ellos transitan otras dimensiones, atienden otras reglas y plantean escenarios alternativos a los impuestos a fuego, dolor y destrucción. El mundo es de los optimistas, porque convierten cada derrota en la oportunidad de una victoria venidera. La Historia es la historia del optimismo, porque siempre hay una hoja en blanco esperando a ser escrita con todo su orgullo y belleza. Cuando llegue ese día, más que nunca será cierto aquello de que la Historia la escriben los vencedores. No en vano, ser optimista no es más que resultar inmune a amenaza de la derrota.
Jean Valjean
http://www.javierortiz.net/voz/celda